Presas del pánico
por Enrique Patriau - La Republica/Peru
por Enrique Patriau - La Republica/Peru
"La tierra tiembla durante dos interminables minutos. Los vidrios se desprenden de sus marcos, las paredes se agrietan en nuestras narices. Todos estrujan los celulares. Imposible saber si los nuestros están a salvo. De pronto una luz en el cielo. Y la sensación de que no sobreviviríamos para contarla...
Si Pisco fue el epicentro de la devastación, el resto del país vivió momentos de una angustia e incertidumbre sin precedentes. Millones de peruanos no olvidarán la noche del miércoles 15 de agosto del 2007. Será una marca indeleble en la memoria, como una de esas cicatrices que se alojan para siempre sobre nuestra piel. Aquí el resumen de algunos testimonios tomados del portal informativo de la BBC Mundo y otros recogidos por esta revista.
"No recuerdo nada igual en mi vida; parecía que nunca iba a terminar. Estuve en estado de shock y no sabía si salir corriendo hacia la calle o quedarme a esperar que el edificio me aplastara de pronto" (Rosalía).
Lo peor de un terremoto debe ser la certeza de que la vida propia ya no depende de uno sino de la enfurecida naturaleza. Que no puede hacerse nada, salvo aguardar a que todo termine, lo más pronto posible. El sismo del 31 de mayo de 1970 –que desencadenó la tragedia de Yungay– se sintió en Lima durante un minuto. El del 3 de octubre de 1974 –sexto aniversario del golpe de Estado que encumbró en el poder al general Juan Velasco Alvarado– duró 72 segundos. ¡Qué interminablemente largos se hicieron esos 120 segundos del último miércoles! Suficientes para doblegar los nervios más templados y hacer llorar al más calmo.
"La gente gritaba, las paredes se rajaban, las pistas estaban congestionadas, las líneas de teléfono colapsadas… realmente fue una noche de terror" (Rosa).
Histeria colectiva. Eso se vivió en las calles. Mujeres llorando, desconsoladas, buscando el refugio provisional de un abrazo, aunque proviniera del primer extraño que se cruzara en su camino. Hombres corriendo en cualquier dirección, impulsados por un motor hasta ahora desconocido: el pavor. Rostros desfigurados por el espanto y la incertidumbre. Bocinazos de autos atrapados en el más absoluto caos, impedidos de avanzar por transeúntes que temblaban tanto como la tierra. Rezos y súplicas dramáticas. Maldiciones. Amenazas de devastadores tsunamis. Y en el cielo, los resplandores que hacían pensar en un castigo divino.
"Todo el cielo se iluminó en segundo y, según una amiga que vive en Pisco, los pescadores contaron que habían visto cómo se abría una fosa en el mar y de allí salían unos rayos de luz hasta el cielo " (Juan Carlos).
¿Acaso el fin del mundo? El terror llegó con una luz que para unos fue blanca, para otros amarilla, aunque también se dice que era naranja, violeta o carmesí. Sea como fuere, el cielo se iluminó. "Me sorprendió mucho ver una luz blanca como de un trueno" (Sandra); "Cambiaba de verde a púrpura, además escuché un ruido" (Yanira); "Observamos fulgores, parecían fuegos artificiales" (Marco Antonio). Al final, el alivio de saberse vivo cuando se ha visto la muerte tan de cerca, a un tiro de piedra.
"¿Quién iba a pensar que pasaría algo así? En la mañana, después de varios días de intensa lluvia y de frío, el sol por fin había salido" (Meche).
Tras una hora de terror, angustia e incertidumbre, millones respiramos más tranquilos. Estábamos vivos, lo peor había pasado para nosotros".
Si Pisco fue el epicentro de la devastación, el resto del país vivió momentos de una angustia e incertidumbre sin precedentes. Millones de peruanos no olvidarán la noche del miércoles 15 de agosto del 2007. Será una marca indeleble en la memoria, como una de esas cicatrices que se alojan para siempre sobre nuestra piel. Aquí el resumen de algunos testimonios tomados del portal informativo de la BBC Mundo y otros recogidos por esta revista.
"No recuerdo nada igual en mi vida; parecía que nunca iba a terminar. Estuve en estado de shock y no sabía si salir corriendo hacia la calle o quedarme a esperar que el edificio me aplastara de pronto" (Rosalía).
Lo peor de un terremoto debe ser la certeza de que la vida propia ya no depende de uno sino de la enfurecida naturaleza. Que no puede hacerse nada, salvo aguardar a que todo termine, lo más pronto posible. El sismo del 31 de mayo de 1970 –que desencadenó la tragedia de Yungay– se sintió en Lima durante un minuto. El del 3 de octubre de 1974 –sexto aniversario del golpe de Estado que encumbró en el poder al general Juan Velasco Alvarado– duró 72 segundos. ¡Qué interminablemente largos se hicieron esos 120 segundos del último miércoles! Suficientes para doblegar los nervios más templados y hacer llorar al más calmo.
"La gente gritaba, las paredes se rajaban, las pistas estaban congestionadas, las líneas de teléfono colapsadas… realmente fue una noche de terror" (Rosa).
Histeria colectiva. Eso se vivió en las calles. Mujeres llorando, desconsoladas, buscando el refugio provisional de un abrazo, aunque proviniera del primer extraño que se cruzara en su camino. Hombres corriendo en cualquier dirección, impulsados por un motor hasta ahora desconocido: el pavor. Rostros desfigurados por el espanto y la incertidumbre. Bocinazos de autos atrapados en el más absoluto caos, impedidos de avanzar por transeúntes que temblaban tanto como la tierra. Rezos y súplicas dramáticas. Maldiciones. Amenazas de devastadores tsunamis. Y en el cielo, los resplandores que hacían pensar en un castigo divino.
"Todo el cielo se iluminó en segundo y, según una amiga que vive en Pisco, los pescadores contaron que habían visto cómo se abría una fosa en el mar y de allí salían unos rayos de luz hasta el cielo " (Juan Carlos).
¿Acaso el fin del mundo? El terror llegó con una luz que para unos fue blanca, para otros amarilla, aunque también se dice que era naranja, violeta o carmesí. Sea como fuere, el cielo se iluminó. "Me sorprendió mucho ver una luz blanca como de un trueno" (Sandra); "Cambiaba de verde a púrpura, además escuché un ruido" (Yanira); "Observamos fulgores, parecían fuegos artificiales" (Marco Antonio). Al final, el alivio de saberse vivo cuando se ha visto la muerte tan de cerca, a un tiro de piedra.
"¿Quién iba a pensar que pasaría algo así? En la mañana, después de varios días de intensa lluvia y de frío, el sol por fin había salido" (Meche).
Tras una hora de terror, angustia e incertidumbre, millones respiramos más tranquilos. Estábamos vivos, lo peor había pasado para nosotros".
Fonte: Jornal Larepublica
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